Beerhunting, o la vida en pareja...
(o de
cuánto tiempo hace que no tomas tu cerveza favorita)
“Birraire, ¿cuánto tiempo hace que no tomas tu cerveza favorita?”. Que cada uno encuentre su propia respuesta correcta.
Justo
antes del parón estival del blog, pude atender a un concierto que me ilusionaba
desmedidamente, pues tocaba uno de los grupos con los que he aprendido más musical y vitalmente durante
mis últimos diez años.
Con esas que empezó el espectáculo. Tocaba el telonero y, a diferencia de lo que generalmente me pasa
en tantos eventos de esta misma índole, su música me producía una aversión rítmica
directamente proporcional a las ganas que tenía de vivir el concierto de mi
grupo con una buena pinta de Hobsons Mild.
En este contexto, y con mis orejas en
plena faena de bloquear cualquier intento de penetración auditiva de la musiquilla
del amigo telonero, me dediqué como en tantas otras ocasiones a observar la
gente que estaba a mi alrededor. Nadie
parecía haber venido para escuchar al pobre muchacho que, con más entusiasmo y
sentimiento que arte, le daba a la tecla y tiraba de voz para intentar animar
el auditorio.
Fue en este momento que empecé a reflexionar acerca del
comportamiento de una fogosa pareja que estaba unos metros más adelante: el
chico, fornido y musculoso, se pasó las más de dos horas de evento pendiente de
ella, demostrándole su amor y su pasión de manera continuada, sujetándola y
protegiéndola para que no se lastimara. La miraba con cariño, y le susurraba
cosas que, estimé, serían entre cariñosas y picantes. Quizás me equivoque, pero
me dio la sensación de que llevaban poco tiempo juntos.
En contraste
total con el resto del mundo, la chica y el chico que se sentaban a nuestro
lado seguían con frenesí el descubrimiento de su siguiente gran promesa musical:
el telonero. Seguro que no tardaron ni dos minutos en darle un “Like” en
Facebook. Que vivan los fans (para más detalles sobre mis diatribas
particulares contra el “fenómeno fan”, ver la parte final de este post).
Hecho el paréntesis, por
nuestra parte, con una normalidad muy cómoda y confortable, sin ningún tipo de
contacto corporal (el bochorno que pegaba esa noche lo desaconsejaba) Mrs.
Birraire y un servidor reíamos y comentábamos la jugada relajadamente mientras
no empezaba el concierto de verdad, y al comenzar éste pudimos gozar cada uno individualmente
de los temas que tocaron, obviamente con la siempre agradable presencia del
otro par y las miradas y bailoteos cómplices fruto de diez años de relación sentimental. No
teníamos que demostrarnos nada; sólo disfrutar del concierto juntos. Lo pensé, y me alegré de
que ambos pudiéramos estar pendientes sólo de la música: era a lo que íbamos.
Oye… ¿pero éste no es un blog de birras?
Con
todo esto, ¿a qué quiero llegar? Ya en el terreno cervecero, el otro día
comentaba con unos selectos compañeros que el beer hunting (o, en otros
términos, la absoluta infidelidad cervecera) está empezando a volvernos locos,
y es que algo tan natural como irse a tomar unas birras con amigos y/o colegas
varios se está convirtiendo repetidamente en una campaña de caza y captura de
lo último y más nuevo (o lo más viejo y vintage), ganando nuevas experiencias
sensoriales en el mejor de los casos; perdiendo en el peor toda la vertiente
social intrínseca al acto de beber cerveza en sociedad, y que tan grande hace
nuestra bebida. ¿Será, al final, que los más aficionados a la bebida somos los
que menos disfrutamos de ella?
Debo
reconocer, y sería falso por mi parte no admitirlo, que soy el primero que he
pecado en este sentido. En numerosas ocasiones, he estado más pendiente de mis
notas cerveceras que de mi entorno. La verdad es que me siento mal por ello, al
igual que me siento bien al comprobar que empecé a rehabilitarme hace un tiempo
y que los frutos no han tardado en llegar en forma de disfrute y bienestar con
mi entorno. Esto no quita que, en ciertas circunstancias, tome notas: en casa
para tratar de entender a fondo alguna cerveza que me interese entender, o por
motivos casi-profesionales otras veces. Pero quitarme la “presión” de probar
todo lo posible y de no perderme el más mínimo detalle de una cerveza me ha
ayudado a estar más conectado con el mundo real (físico y en 3D, lo flipas) y vivir mejor una de mis
principales aficiones.
En mi
opinión, no hay nada más dañino para la propia cerveza que no disfrutar de
ella; y las posibilidades que nos dan las redes y los smartphones hoy en día,
en algunos casos, contribuyen a ello (otras veces son la mar de útiles, por
supuesto). En este sentido, es capital trazar una frontera entre el uso y el
abuso de las oportunidades que tenemos a nuestra disposición.
Dicho
esto, y volviendo al concierto del que tan sintéticamente os hablaba unos
párrafos más arriba, las relaciones largas y estables te permiten gozar de los
momentos especiales con mayor atención, y desde la comodidad y goce del
conocimiento mutuo. Cerveceramente, para mí esto se traduce en la tranquilidad
de tomar cerveza conocida, especialmente cuando estás entre compañeros, amigos y/o familia
(a menos de que el motivo del encuentro fuera, precisamente, el de comentar
cervezas nuevas, claro está): de lo que se trata es de prestar atención a las
personas, y no a un simple líquido cuya misión es la de lubricar momentos como
el que uno corre el severo riesgo de estarse perdiendo. Puede que el exceso de atención hacia una novedad cervecera te haga perder de vista factores
como que, posiblemente, sea el momento que estás viviendo el que la haga tan
rica y apetecible.
Parece que Velky Al, en Fuggled, leyera este post antes de que lo publicara y decidiera desarrollar este último punto: justo ayer publicó una entrada, casi tan larga como las mías, en la que no podía haber expresado mejor ese factor "momento" que comento. Interesante ver como trata la cerveza no como una finalidad, sino como un vehículo para otros objetivos mayores.
Parece que Velky Al, en Fuggled, leyera este post antes de que lo publicara y decidiera desarrollar este último punto: justo ayer publicó una entrada, casi tan larga como las mías, en la que no podía haber expresado mejor ese factor "momento" que comento. Interesante ver como trata la cerveza no como una finalidad, sino como un vehículo para otros objetivos mayores.
Acabaré
el post con una pregunta que, desde hace un tiempo, me voy formulando a mí
mismo para ver si estoy disfrutando la vida y la cerveza, con y sin ella:
“Birraire, ¿cuánto tiempo hace que no tomas tu cerveza favorita?”. Que cada uno encuentre su propia respuesta correcta.
Salut i
birra!
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