No hay mal que por bien no venga...

Hace un año, con alegría, recibía la noticia que uno de mis grandes amigos decidía dar un paso importante en su vida e irse, por tiempo indefinido, a trabajar a Múnich. Compañero de las mejores farras de juventud y gran birraire, Ian emprendía nuevos retos profesionales y, especialmente, personales; y yo no podía sentir sino felicidad sabiendo que la experiencia sería, de bien seguro, muy provechosa para él.

Siempre, no obstante, te queda el vacío de una persona con la que compartes muchas cosas: pasadas, pero también presentes. La distancia sólo es física, pero los kilómetros que nos separan impiden que cosas tan simples como tomar una cervecita juntos por Sabadell o abrir alguna joya en casa sean algo habitual. Lejos quedan esas tardes y noches de descubrimiento, de confidencias y de "arreglar el mundo". Cosas del hacerse mayor, me imagino.

Obviamente, y como rezaba Eric Idle en la gloriosa escena final de Life of Brian, siempre hay que buscar el lado positivo de las cosas: tener un buen amigo viviendo en la capital bávara facilita notablemente el hecho de poder visitar una ciudad europea que tenemos, con Mrs. Birraire, en la wishlist desde hace tiempo; y encima se trata de un destino cervecero de grandísimo interés por su larga tradición en la elaboración de esta gran bebida que es la cerveza. A falta de visita (que espero que caiga pronto), la verdad es que ya he podido sacar provecho de este último aspecto ya que, conocedor de mis debilidades, en sus últimas visitas Ian se ha traído bajo el brazo alguna joya destacable, entre las cuales se encuentran las cervezas de una -para mí- desconocidísima cervecera del noreste país germano.


Störtebeker BrauManufaktur:


Entre una gran variedad de Festbiers y seasonals de las grandes y conocidas cerveceras muniquesas, alguna de ellas de lagrimilla, y una gran botella de Hacket-Pschorr de nada menos que dos litros, me llamó la atención un pack de cartón decorado con motivos náuticos, con 6 cervecitas que pedían a gritos atención gracias a sus vistosas chapas, todas ellas iguales pero en distinto color: genial para un coleccionista. Störtebeker me sonó tan exótico y distante como cualquiera de las nuevas cerveceras escandinavas que nos van llegando últimamente, y rápidamente hice un hueco en mi bodeguita para acomodar esas preciosas botellas de 50cl., con la intención de darles algo de reposo antes de degustar su contenido.

Störtebeker empieza su actividad en 1827 en la ciudad de Stralsund, que se encuentra a unos 250kms. de Berlín y a 850kms de Múnich. A finales de siglo XIX, la cervecera ya contaba con una demanda importante, y fue por eso que mudaron la pequeña fábrica original en 1899 para montar, así, un edificio multiplanta para producir sus cervezas con un equipamiento más moderno. En el XX, los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial no afectaron la fábrica, aunque el desmantelamiento de sus instalaciones y la instauración del régimen socialista y su economía de planificación mermaron notablemente la calidad de sus producciones. La tecnología obsoleta y la escasez de materia prima de calidad fueron sus principales lastres, hasta que en 1991 la cervecera sería adquerida por el grupo Nordmann aus Wildeshausen, que dio un giro al negocio y quiso recuperar las recetas de antaño. Störtebeker, no obstante, ha reivindicado siempre su independencia operativa y decisoria dentro del grupo, en lo que respecta a temática cervecera. Desde entonces su capacidad productiva ja aumentado hasta llegar a los 120.000 hectolitros en 2010, habilitando además su fábrica para realizar visitas didácticas y albergar eventos y actividades variadas.

Según nos informan en su concisa pero informativa web, Störtebeker elabora sus cervezas según la tradición de las zonas nordeuropeas que, en 1358, conformaron la confederación comercial conocida como la Liga Hanseática, con rutas a lo largo del Mar Báltico y el Mar del Norte. La verdad es que sus cervezas esconden matices fuera de los que estamos acostumbrados, como bien demuestran las cervezas del pack de cervezas que me trajo Ian, que lleva el sugerente nombre de Schatzkiste (cofre del tesoro). En su interior pude encontrar, efectivamente, más de una pieza de gran valor, empezando por la primera que tomé: la Roggen-Weizen, cerveza de uno de aquellos estilos que, por no estar listados en RateBeer, parece que no existan.

Las Roggenbier son cervezas de origen medieval que, generalmente, contaban con una proporción de grano equivalente a un 50% de malta de cebada, un 25% de malta de trigo y un 25% de malta de centeno. Este tipo de cervezas se vio afectado, como tantos otros, por la Reiheitsgebot (Ley de Pureza Bávara) de 1516, que establecía la cebada como el único grano permitido para elaborar cerveza; no sólo por sus grandes cualidades para tal finalidad, sino también con el objetivo de prohibir el uso de centeno y trigo, asegurando así que estos cereales fueran destinados a producir pan.

Antes de la reciente moda de las Rye IPA, el uso del centeno en la cerveza era muy residual, siendo las Roggenbier alemanas de las pocas cervezas en utilizar dicho cereal, junto a las Sahti finlandesas. Otra bebida que contiene centeno es un fermentado de cereales ruso que conocemos como Kvass.

Dicho esto, la Störtebeker Roggen-Weizen me conquistó, no sólo por su altísima bebilidad, sino por esa sutilez tan alemana unida a un sabor intenso y fresco, que obviamente regalaba las clásicas notas especiadas y pebradas del centeno en una cerveza que podía recordar a ciertas Dunkelweizen. Excelente; me entusiasmó de verdad.

Con la Störtebeker Keller-Bier 1402 tuve también la oportunidad de descubrir nuevos sabores; en este caso por la parte lupulada. No había consumido conscientemente, hasta la fecha, ninguna cerveza que contuviera lúpulo Smaragd; y aunque en nariz la Keller me pareció un pelín apagada, en boca estaba realmente estupenda, con un trago final seco y con ciertas reminiscencias a piel de albaricoque.

A las dos anteriores las siguió una de las creaciones insignia de la cervecera hanseática: la Störtebeker Schwarz-Bier. Y aunque tengo mi experiencia en este tipo de cervezas es más bien pobre, puedo asegurar que es la mejor que he tomado. Se bebía sola, con sus puntos asados y, ligeramente, de frutos secos; con su sutil lupulización de perfil alemán y su largo y fresco trago. En la web de la cervecera, recomendaban maridarla con mejillones; algo que no pude cumplir, pero que realmente me dio la sensación que podía funcionar de maravilla.

Que más, que más: quizás mi favorita junto a la Roggen-Weizen, la Störtebeker Bernstein-Weizen empezó floja y acabó siendo compartida con mi estimada mujer. El concepto es el de una Hefeweizen ambarina, algo más dulce que sus hermanas más claritas, con un perfil acaramelado muy suave pero notorio, y el toque perfecto de lúpulo. Mrs. Birraire ya me ha pedido que consiga más "de éstas". Espectacular como trabajan el trigo.

Entre tanta maravilla, me esperaba que la Störtebeker Pilsener-Bier pinchara: he tomado grandes Pils alemanas, y probablemente las otras me habían descolocado, a parte de por estar muy bien hechas, por originalidad. Pero no: los alemanes querían sorprenderme nuevamente, otra vez utilizando un lúpulo que no tenía controlado. Así, el Opal aportó a una grandísima Pilsener una sensación cítrica en boca que, nuevamente, me hizo sonreir como un tonto: como si hubieran rociado la cerveza con un limón fresco, sin afectar el equilibrio ni la finura de la bebida. Para saber qué tomas, descubrir nuevas sensaciones y aprender: para eso sirven las etiquetas bien informadas (y los sitios web).

El pinchazo absoluto vino con la rara avis del grupo: entre tanta cerveza alemana, de repente me aparece por allí una Porter (Störtebeker Hanse-Porter) muy muy británica. Imaginé que, durante los siglos de la Liga Hanseática, las rutas comerciales llegaron a influenciar en las tradiciones cerveceras de cada región, hasta el punto de que en el norte de Alemania se produjeran cervezas más propias de otros territorios (desconozco si fue así, porque no he encontrado excesiva información al respecto). Así que con mucha curiosidad, destapé una cerveza que ya desde el primer momento no fue santo de mi devoción: las notas dulces desentonaban. Aunque me la pude beber entera y sí tenía sabores, aromas y texturas que me gustaron, la verdad es que su excesivo dulzor me recordó la de las bebidas de malta sin fermentar.

Y con ganas de probar más cervezas del portfolio de Störtebeker, terminé mi Schatzkiste imaginando una visita por el noreste alemán: recorriendo sus ciudades y pueblos, pasando por sus fantásticos biergarten a probar sus especialidades cerveceras; cruzando la frontera a Polonia e imaginando épocas pasadas, como las del justiciero corsario Klaus Störtebeker (a quien le deben el nombre las cervezas objeto de este post), el pasado socialista de la República Democrática Alemana y la caída del Muro de Berlín, en la capital de lo que hoy es, corto y raso, Alemania: un país con un interés histórico y turístico espectacular, del que se disfruta mucho más con un buen Maβ cargado de buena cerveza como la que he podido tomar gracias a un gran amigo.

Salut i birra!

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