Cuando las distancias son cortas...
Todo empieza con un buen propósito de año nuevo: “a partir d’aquest any, aniré mínim cada dos mesos al Drunk Monk”. Sí, vale… estoy de acuerdo que más difícil es acudir al gimnasio tres veces por semana y que, así a priori, no parece un gran sacrificio; y, efectivamente, no lo es. Pero el mío no era un fenómeno aislado, ya que en varias ocasiones, hablando con grandes birraires, me he dado cuenta de que las visitas al gran templo cervecero mataroní brillan, en ocasiones, por su escasez (incluso hay quien, sonrojándose, admite no haber estado).
A veces, he reflexionado acerca de cómo podría argumentar a una persona neutra el hecho de que, teniendo una grandísima pasión y uno de los mejores lugares del mundo especializados en dicha pasión tan cerca de casa (todo lo que no sea coger un avión o parar repetidas veces en el camino para descansar debería ser considerado cerca) no acuda con una regularidad exagerada al susodicho sitio. Racionalmente, parece imposible buscar una explicación lógica. Sin embargo, que mi caso no fuera único indica que alguna razón habrá. Yo lo achaco a la distancia.
Una distancia que, al menos en mi caso, no sólo son los casi 100kms que me separan de Mataró, sino también la tierra que echa de por medio una sociedad que, lejos de estar pensada para el disfrute de las personas, nos conduce a unos ritmos de vida y unos hábitos que en nada se asemejan a lo que muchos consideraríamos ideal. Y aún desde esta apuntada lejanía, el faro de la capital del Maresme no deja de brillar, indicándome en la oscuridad dónde puedo anclar mi sedienta nave para repostar, reparar los daños y seguir mi tumultuoso viaje por la vida.
Es en ese puerto del litoral de Catalunya que, contrariamente a lo que podría uno pensar, se une gente de todas las edades y estilos: la amplia mayoría son locales, conciudadanos; siendo el resto más o menos foráneos, pero sin que la distancia se llegue a notar en ningún instante: sea cual sea el idioma y los gustos de cada uno, todo el mundo se siente como en casa.
Michael Jackson escribía en su primera obra The English Pub (1976, Collins): " 'Pub' is [...] a familiarization to describe the most familiar place in the neighbourhood. Who would be so formal as to say "public house"? Yet it was once a house, where the public were guests of the host and hostess. The best of pubs still are, their success depending upon the popularity of the landlord and landlady".
En estas reflexiones del malogrado Beer Hunter, parece que puedo divisar el rostro de Sven Bosch: flamenco, nacido en Mortsel (Bélgica) y crecido en Mataró. Se me hace curioso fantasear de que, durante su paso por varios negocios de la hostelería barcelonina, puede que nos cruzáramos más de una y de dos veces caminando por Sabadell: él, saliendo de trabajar después de una jornada agotadora en el ya desaparecido Gran Hotel Alexandra; yo, con absoluta despreocupación, celebrando una victoria de mi equipo de futbol con la bufanda arlequinada en el cuello, paseando tranquilamente con mis padres, o incluso quizás con la intención de ir a tomar una cerveza con mis amigos, en aquellos momentos en que aún sabía a novedad. Quizás llegamos a cruzar miradas entre nosotros: a poca distancia física; abismalmente lejos en la vida.
Y es que, muy probablemente, por aquel entonces el joven Sven ya estaba imaginando, e incluso diseñando, lo que unos años después sería una referencia global dentro de las cervecerías. Volviendo a las palabras de Michael Jackson, mediante la cerveza Sven ha conseguido, a base de trabajar duro y de creer en su profesión y en su negocio, limar las distancias culturales, generacionales e incluso físicas que pueda haber entre las personas. ¿Cómo podría, sino, explicarse que haya gente que venga desde Nueva Zelanda a conocer su local? Es la maestría, el saber hacer de este auténtico landlord flamenco, el secreto de su éxito. La popularidad del host, que trata a su cliente como auténticos guests, recuperando el concepto romántico de casa pública y que, de manera muy acertada, la cita de The English Pub atribuye a los mejores pubs.
Como buen virtuoso en el oficio, obviamente, Sven acompaña su familiaridad con reclamos cerveceros de vértigo, que hacen que cada experiencia en Mataró sea única e irrepetible. The Drunk Monk es un templo de descubrimiento personal y cervecero que se adapta a todos sus huéspedes.
Es en este contexto en el que, sentado en una mesa alta y pequeña de una esquina, con un apetitoso plato de queso belga enfrente y dos o más copas de flauta con contenido espumoso y ácido, aprendo sobre la vida y la cerveza con el timbre suave de un catalán hablado con acento maresmenc y un sutil deje germánico. Es allí donde, a pocos centímetros del artífice de esta cervecería de ensueño que es el Drunk, me doy cuenta de la auténtica grandeza que atesora. Es así como descubro que las distancias se las pone uno mismo, y que gracias a la cerveza y personas de la talla de este gran capitán que es Sven todos podemos sentirnos más cerca, alejados de cualquier tipología de distancia.
Que Ratebeer decida para los demás cuál es el mejor pub; yo ya he tomado mi decisión. Salut i birra, Sven!
A veces, he reflexionado acerca de cómo podría argumentar a una persona neutra el hecho de que, teniendo una grandísima pasión y uno de los mejores lugares del mundo especializados en dicha pasión tan cerca de casa (todo lo que no sea coger un avión o parar repetidas veces en el camino para descansar debería ser considerado cerca) no acuda con una regularidad exagerada al susodicho sitio. Racionalmente, parece imposible buscar una explicación lógica. Sin embargo, que mi caso no fuera único indica que alguna razón habrá. Yo lo achaco a la distancia.
Una distancia que, al menos en mi caso, no sólo son los casi 100kms que me separan de Mataró, sino también la tierra que echa de por medio una sociedad que, lejos de estar pensada para el disfrute de las personas, nos conduce a unos ritmos de vida y unos hábitos que en nada se asemejan a lo que muchos consideraríamos ideal. Y aún desde esta apuntada lejanía, el faro de la capital del Maresme no deja de brillar, indicándome en la oscuridad dónde puedo anclar mi sedienta nave para repostar, reparar los daños y seguir mi tumultuoso viaje por la vida.
Es en ese puerto del litoral de Catalunya que, contrariamente a lo que podría uno pensar, se une gente de todas las edades y estilos: la amplia mayoría son locales, conciudadanos; siendo el resto más o menos foráneos, pero sin que la distancia se llegue a notar en ningún instante: sea cual sea el idioma y los gustos de cada uno, todo el mundo se siente como en casa.
Michael Jackson escribía en su primera obra The English Pub (1976, Collins): " 'Pub' is [...] a familiarization to describe the most familiar place in the neighbourhood. Who would be so formal as to say "public house"? Yet it was once a house, where the public were guests of the host and hostess. The best of pubs still are, their success depending upon the popularity of the landlord and landlady".
En estas reflexiones del malogrado Beer Hunter, parece que puedo divisar el rostro de Sven Bosch: flamenco, nacido en Mortsel (Bélgica) y crecido en Mataró. Se me hace curioso fantasear de que, durante su paso por varios negocios de la hostelería barcelonina, puede que nos cruzáramos más de una y de dos veces caminando por Sabadell: él, saliendo de trabajar después de una jornada agotadora en el ya desaparecido Gran Hotel Alexandra; yo, con absoluta despreocupación, celebrando una victoria de mi equipo de futbol con la bufanda arlequinada en el cuello, paseando tranquilamente con mis padres, o incluso quizás con la intención de ir a tomar una cerveza con mis amigos, en aquellos momentos en que aún sabía a novedad. Quizás llegamos a cruzar miradas entre nosotros: a poca distancia física; abismalmente lejos en la vida.
Como buen virtuoso en el oficio, obviamente, Sven acompaña su familiaridad con reclamos cerveceros de vértigo, que hacen que cada experiencia en Mataró sea única e irrepetible. The Drunk Monk es un templo de descubrimiento personal y cervecero que se adapta a todos sus huéspedes.
Es en este contexto en el que, sentado en una mesa alta y pequeña de una esquina, con un apetitoso plato de queso belga enfrente y dos o más copas de flauta con contenido espumoso y ácido, aprendo sobre la vida y la cerveza con el timbre suave de un catalán hablado con acento maresmenc y un sutil deje germánico. Es allí donde, a pocos centímetros del artífice de esta cervecería de ensueño que es el Drunk, me doy cuenta de la auténtica grandeza que atesora. Es así como descubro que las distancias se las pone uno mismo, y que gracias a la cerveza y personas de la talla de este gran capitán que es Sven todos podemos sentirnos más cerca, alejados de cualquier tipología de distancia.
Que Ratebeer decida para los demás cuál es el mejor pub; yo ya he tomado mi decisión. Salut i birra, Sven!
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