Reflexiones de un cervecero contemplativo en una sociedad (aún) no preparada para los cerveceros... (1ª Parte)

... o de como hay cervezas que extrañamente desemborrachan.

Bodorrio. 3 de la mañana. Llevo una copa en la mano que no fue pensada para contener cerveza, aunque cumpla holgadamente con tal propósito. Tengo una extraña (muy extraña) clarividencia mental, y una extraña necesidad: quiero escribir en el blog birraire (aunque no voy a poder hasta dentro dos o tres días).

No he hecho ningún descubrimiento, ni ninguna reflexión nueva. No estoy borracho, porque he sido prudente al beber con abuso y porque no creo que me gustara estarlo (nunca he llegado a ese punto, y por lo que mi calidad de persona contemplativa me ha permitido observar empíricamente, no me parece apetecible llegar). Trato de pensar en otras cosas, pero sigue estando ahí, aún así, esa sensación, ese impulso literario que no me deja concentrar en bailar el temazo que está emocionando a todos aquellos que me rodean.

Consigo divisar una solución, sencilla: me hago una nota mental de que lo voy a escribir y hago la vista larga una vez más. Misión cumplida, si bien la nota permanece allí. Podría parecer todo una exageración, pero el trato desigual y discriminatorio que recibimos los cerveceros en esta sociedad casi me hizo replantear el "modo baile" en el que me encontraba en esos momentos a fin de denunciar con urgencia el gran agravio comparativo que sufrimos los amantes del lúpulo y la malta (entre otros posibles ingredientes) respecto a otros respetables (en algunos casos) amantes de otras bebidas fermentadas o espirituosas.

¿Deberíamos inventarnos un ritual especial para degustar
la cerveza? Un grado de sofisticación podría ayudarnos.
Que la (histórica) élite vinícola, que ya robó dioses cerveceros a pequeñas civilizaciones en la antigua Grecia para convertirlos en dioses del vino (o al menos eso leí; yo no lo vi con mis ojos, pero no me gustaría pensar que incluso en esto hay una conspiración detrás), goza de unos privilegios que nosotros no tenemos es evidente. Mi sorpresa fue descubrir que no estamos un peldaño (o unos cuantos) por debajo, sino que además tenemos una dura competencia que nos adelanta por la derecha y se sitúa entre vino y birra: el Gin Tonic.

Antes de que se me catalogue de eso y de aquello, aclarar que me gusta mucho el vino y que a veces bebo algún gintonic (aunque para copas sea más de barley wine o de whisky/whiskey). Dicho esto, me resulta incomprensible el poco tacto que se tiene aún en este país tan gastronómicamente interesante como el nuestro respecto de la cerveza. Y vale, somos un país de tradición vinícola; OK, no problemo. Pero ¿es el nuestro un país de tradición gintonista? ¿Hay alguna iglesia por ahí que tenga como bebida sagrada el gintonic? Si la hay, avisarme, que una visita sería, cuanto menos, interesante, aunque más por curiosidad que por devoción y culto.

La cerveza, aún estando de moda actualmente (igual que el gintonic), sigue sin entrar en los restaurantes, los caterings, los banquetes y demás. Pedirte una cerveza en depende de qué ambiente sigue siendo raro (y tu sigues siendo el raro). En las cenas de empresa te entran agua, refrescos, "vino" y "cava" (las comillas no son gratuitas), cafés y, a veces, incluso barra libre de bebidas no-muy-cualitativamente destiladas, hasta que se agoten. Pero la cerveza va a parte, y debe pagarse por ser un capricho.

La tónica, incluso sin gin, ha demostrado tener más
glamour. Uma, ya te vale.
En las bodas, aunque sean extraordinarias como la de este sábado pasado, la cerveza no va a parte (llegados a este punto, sólo me quedaría llamar a las trincheras a todo mi blogroll y colegas birraires). Pero sí que sufrí la falta de tacto que apuntaba anteriormente al ser la cerveza mi bebida habitualmente elegida. A saber:

En primer lugar, empezando el aperitivo, fui a por una. Tenían Moritz de barril, que ya es mucho más que en otros sitios y ambientes, y además el barril estaba recién pinchado (de hecho, lo estrenaba yo). Qué pena que la chica no descartó el primer chorro y me dejo la copa con exceso de espuma, después de tirarla como si me estuviera sirviendo un zumo de naranja en el bufé libre de un hotel, sin mirar ni demostrar ningún tipo de respeto al líquido dorado que iba concentrándose espumosamente en mi copa. Me la bebí igualmente ("Finish your beer, there's sober kids in India"), pero estaba un poco rancia, para ser fino.

Luego fui a por vino, todo perfecto; las botellas perfectamente alineadas y varias de disponibles. Pude ver, por sorpresa, que había una Estrella Damm Inèdit por ahí, y eso fue un punto a favor, hasta que me dí cuenta de que no estaba fría.

¿Qué os parecería Natalie Portman tomando
una Chimay Grande Réserve? A mi me
emociona sólo de imaginármelo.
Más tarde, en la mesa, repartieron vino a mansalba, y luego unos gintonics buenísimos y fashion de la muerte, ambos detalles por supuesto descritos en el menú. En la pista de baile, la barra a punto para saciar la sed de los más cubateros y de los más finos, con un buen once de bebidas alcohólicas, refrescos, cava y vino, y todo a punto para seguir preparando gintonics fashion de la muerte. Como yo no sé "bailar" (nuevamente, comillas no gratuitas) sin una cerveza en la mano, aunque no vi ninguna, pedí (saltándome toda moralidad en pro de la comodidad) una botella de cerveza sin verter en vaso (tal como suelo hacer solamente en bodas o ciertos partidos de fútbol; y con ciertas cervezas, por supuesto). La cara de "glups" del camarero me indicó que no tenía birra justo allí, y me dijo amablemente que iba a por una (a lo que le respondí que tuviera varias a mano).

20 minutos después, sediento y con una sobriedad indigna de una boda, llegó mi cerveza en forma de botella de 75cl. de Inèdit (sinceramente, me esperaba una mediana de Moritz). Por supuesto, utilicé una copa (sí, la de antes, la que no fue pensada para contener cerveza, aunque cumplía holgadamente con tal propósito), porque con la botella grande perdía la comodidad que deseo en una pista de baile (obviamente).

El último detalle, y no menos enojante, fue cuando tuvieron que abrir la segunda botella de Inèdit (de la que por supuesto sólo yo bebía) y el camarero me comentó con cierta preocupación: "oye, ya es tu segunda botella grande". Me limité a asentir con la cabeza, no por falta de educación, actitud o facultad mental de pronunciar palabras, sino porque no sabía por donde empezar a contarle de que estaba sirviendo el "n" whisky-cola (puagh) a mucha gente y que me estaba advirtiendo a mi sobre los efectos del alcohol de una cerveza de menos de 5º. Endevé. Aunque sea raro hacerlo con una Inèdit (¡a lo que obligan ciertas circunstancias!) alguien debería contarle a ese buen caballero el concepto de sessioning.

Para terminar, ante una grave preocupación que me surgió al marcharme de la boda, me gustaría hacer un llamamiento a gente que haya consumido cantidades importantes de Inèdit (si la hay) de una forma más o menos ininterrumpida: ¿es posible que el abuso controlado de esta bebida te desemborrache?

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